Sacramento de la Confirmacion

Sacramento de la Confirmacion January 31, 2012

A través del sacramento de la Confirmación, recibimos la plenitud de la gracia recibida en el sacramento del bautismo.  Este sacramento nos une más íntimamente a la Iglesia y nos enriquece con una fortaleza especial del Espíritu Santo.  Al recibir este sacramento, uno se compromete mucho más, como autentico testigo de Cristo, a extender y defender la fe a través de obras y palabras.

Leemos en el libro de los Hechos de los Apóstoles 1, 3-5 que Jesús promete a sus apóstoles que el Espíritu Santo descenderá sobre ellos.  Luego leemos en el capítulo 2 versículos 1-4 como el Espíritu Santo descendió sobre ellos el día de Pentecostés, llenándolos con el fuego del amor de Dios que los impulsó a salir y predicar sin miedo el evangelio al mundo entero.

En el mismo libro de los Hechos de los Apóstoles 8, 9-24, leemos como el Espíritu Santo descendió sobre creyentes después del bautismo a través de la imposición de manos por los apóstoles.

En la Iglesia primitiva, el obispo de cada comunidad cristiana bautizaba e imponía sus manos sobre los bautizados ungiéndolos con crisma, un aceite perfumado.  Se reconocían dos acciones las cuales iniciaban a una persona como cristiano: el bautismo y la imposición de manos.  Solamente el obispo era permitido bautizar e imponer manos ya que los obispos eran sucesores directos de los apóstoles quienes habían recibido el poder de otorgar el Espíritu Santo a través de la imposición de manos.

Al pasar los siglos y aumentar el número de creyentes, se hizo imposible que el obispo bautice a todos los niños recién nacidos.  Obispos en Europa Occidental dieron permiso a los sacerdotes para que bauticen, pero reservaron la unción e imposición de manos para ellos.  En Europa Oriental, obispos dieron permiso a los sacerdotes para bautizar y confirmar por medio de la imposición de manos a los recién nacidos.  A partir del cuarto siglo en Europa Occidental, obispos confirmaban a todos los que habían sido bautizados desde su última visita a la parroquia.  Por esta razón hasta hoy en día es el obispo quien confirma, salvo que el sacerdote pida un permiso especial.  Cuando confirma, el obispo impone sus manos sobre la cabeza del confirmado y dice mientras le hace la señal de la cruz en la frente: “Recibe por esta señal de la cruz el don del Espíritu Santo.”  Luego dice, “La paz del Señor este contigo,” a lo cual el confirmado responde, “y con tu espíritu.”

Al recibir la plenitud del Espíritu Santo por medio de la imposición de manos, uno recibe los siete dones del Espíritu Santo.  Estos son: Sabiduría, Entendimiento, Consejo, Fortaleza, Ciencia, Piedad y Temor de Dios.

La Sabiduría: Don que nos permite valorar de manera apropiada las verdades de nuestra fe reveladas por Dios.  Nos da un gusto por lo espiritual y la capacidad de juzgar las cosas según la medida de Dios.  Es desear contemplar a Dios y todo lo que Él nos ha revelado.

El Entendimiento: Don que nos permite entender, aunque sea en una manera limitada, las verdades de nuestra fe.  Este don nos permite comprender la Palabra de Dios y profundizar las verdades reveladas por Dios.

El Consejo: Don que ilumina la conciencia en las opciones que da la vida diaria.  Nos da buen juicio y la habilidad de responder a situaciones de la manera correcta y que más conviene al alma.

La Fortaleza: Don que nos da la fuerza y valor para poner en acción la fe a través de acciones.  Nos permite obrar con valor lo que Dios quiere de nosotros y nos ayuda sobrellevar las dificultades de la vida.  La perfección de la fortaleza se encuentra en los mártires, hombres y mujeres que tuvieron valor y prefirieron morir por la fe antes de negarla.

La Ciencia: Don que nos permite conocer el verdadero valor de las criaturas en su relación al Creador.  Nos permite reconocer en lo creado manifestaciones de Dios, pero a la vez no sobrevalorar las cosas de la tierra, pero más bien reconocer que Dios es el fin de nuestras vidas.

La Piedad: Don que nos da el deseo de adorar, venerar y servir a Dios.  Es un deseo de amar a Dios por nuestra propia voluntad reconociendo que tenemos el deber de amarlo y servirlo.

El Temor de Dios: Don que nos da el deseo de no ofender a Dios y que nos da la certeza que disponemos de la gracia de Dios cuando lo ofendemos.  No es temer a Dios en el sentido que le tenemos miedo y queremos alejarnos de él, más bien, es sentir reverencia y respeto por Dios al punto de no querer ofenderlo.  Se le ama y sirve a Dios no por deber, pero por amor.


Browse Our Archives