San Juan Vianney ejerció su ministerio durante uno de los periodos históricos más difíciles de la Iglesia, inmediatamente después de la Revolución Francesa. Miles de sacerdotes y religiosos perdieron sus vidas o abandonaron su llamado. Los monasterios fueron suprimidos, la Iglesia amenazada, las catedrales convertidas en templos paganos, establos o mercados, y se paró de ensenar la fe en regiones completas de Francia. Confiando en la gracia de Dios y trabajando con diligencia en Ars, el pedacito de Iglesia confiado a él, San Juan Maria Vianney ayudó a transformar el alma de toda una nación.
Este gran santo es una inspiración para todo sacerdote, especialmente en la actualidad cuando en las ultimas cuatro décadas el numero de sacerdotes a nivel mundial se ha mantenido igual mientras el numero de católicos ha duplicado. El número de creyentes ha aumentado de 653 millones en 1970 a 1.16 billones hoy, mientras tanto el número de sacerdotes se ha reducido un mínimo de 419,728 a 409,166 (CARA).
Esta estadística demuestra que comparado a 1970, el sacerdote de hoy tiene el doble de parroquianos bajo su cuidado. Dando un alivio a esta responsabilidad duplicada es el número de diáconos permanentes que ha incrementado de 309 en 1970 a 36,539 actualmente. El papel de los laicos también ha sido expandido en la Iglesia contemporánea al asumir los laicos responsabilidades antes exclusivas para el clero, como llevar la comunión a los enfermos.
En los Estados Unidos estamos bendecidos al tener casi el 10% de los sacerdotes del mundo aunque somos el 5.5% de la población católica mundial. En nuestra diócesis podemos celebrar que hay un sacerdote por cada 812 católicos (2011). De lo contrario, la diócesis donde nací en el Perú tiene un sacerdote por cada 34,014 católicos (2005).