Un encuentro con un desconocido

Un encuentro con un desconocido April 23, 2015

Hace poco estaba sentado en la sala de espera de un hospital y un guardia de seguridad caminando por la sala se detuvo e inició una conversación conmigo.  Nuestro breve intercambio progresó rápidamente y abarcó varios temas. Me dijo cómo los niños son como el pan, se pueden moldear en cualquier forma que sus padres y su entorno deseen. Me habló de su familia en Carolina del sur y cómo los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos.

A la mitad de nuestra conversación compartió el guardia un poco de sabiduría de su madre, “quienes piensan que lo saben todo no saben nada y aquellos que lo quieren todo no tienen nada”. Quedó claro para mí por medio de nuestra discusión de acontecimientos recientes en Charleston donde un policía mató a un hombre, que este guardia de seguridad había sido policía en el pasado. Lo que si no me quedo tan claro, pero no me sorprendería si fuese cierto, es si el guardia también es un pastor.

No estoy seguro por qué el guardia inició esta conversación, no llevaba mi ropa de sacerdote, pero el poquito de sabiduría que tan maravillosamente resume el orgullo y la codicia me dio de que pensar. El orgullo es la confianza o autoestima excesiva de las capacidades personales, haciendo a una persona creer que él es la fuente de su propia grandeza y sus logros. Quienes piensan que lo saben todo se sienten invencibles. Tienden a ser arrogantes e indiferentes hacia los demás.  El remedio para curar el orgullo es la humildad, virtud que reconoce faltas propias y una dependencia total en Dios. El ser humilde no es permitir que otros se aprovechen de uno y lo pisoteen, más bien la humildad es reconocer la verdad que “no lo sé todo y no puedo hacerlo todo” y permanecer en paz.

La codicia es el deseo excesivo por posesiones materiales. Aquellos que lo quieren todo permanecen siempre infelices y frustrados ya que su deseo nunca será satisfecho. El remedio para curar la codicia es la generosidad, virtud por la cual uno da sin esperar nada a cambio. La generosidad no sólo incluye dar ayuda económica, pero también el entregarse uno mismo a los demás con Jesucristo como ejemplo de alguien quien se entregó libremente en la cruz. La generosidad es reconocer que al dar es que recibimos.

Nunca se sabe con quién se encontrará uno durante el día. Nunca se sabe que pensamiento, sabiduría o idea pueda surgir al dialogar con un desconocido. Debemos estar atentos a nuestro entorno, abiertos a la presencia de los demás, para que al dar de nuestro tiempo y atención, el Espíritu Santo pueda darnos algo para pensar y meditar.

Escrito para The Southern Cross

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