Algunos años después de la Segunda Guerra Mundial, mientras Europa aun enfrentaba una grave crisis de personas desplazadas y refugiados, el Papa Pio XII escribió la Constitución Apostólica Exul Familia Nazarethana donde subrayó la necesidad de que naciones abran sus puertas a estas personas y enfatizó la acción pastoral de la Iglesia. Citando a la Sagrada Familia como el arquetipo de toda familia de refugiados, el Papa invocó su protección sobre todos los migrantes y refugiados que “por medio de las persecuciones o acuciados por la necesidad, se ven obligados a abandonar la patria, los padres queridos, los parientes y a los dulces amigos para dirigirse a tierras extrañas (EF ¶1).”
Durante su discurso ante una sesión conjunta del Congreso de los Estados Unidos en septiembre del 2015, el Papa Francisco declaró que el mundo está enfrentando una crisis de refugiados de una magnitud no vista desde la Segunda Guerra Mundial, la cual presenta grandes desafíos y decisiones difíciles. La aceptación de refugiados en los Estados Unidos y Europa ha causado palabras provocativas, muchos afirmando que los refugiados de Siria deben ser aceptados por países del Medio Oriente. El hecho es que Jordania actualmente tiene 937.830 refugiados sirios, Líbano más de 1,8 millones y Turquía 1,7 millones (cifras de la Agencia de Refugiados de las Naciones Unidas, diciembre, 2015). El Papa Francisco recibió aplausos al decir que en el cuidado de refugiados, debemos aplicar las palabras de Jesús, “traten a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes.”
La Iglesia siempre ha sido el hogar del inmigrante y refugiado, especialmente cuando estos comparten en la una fe de la Iglesia. En el año 1215, el Cuarto Concilio de Letrán decretó que los obispos tienen la responsabilidad de proporcionar sacerdotes para aquellos lejos de sus países de origen: “Puesto que se hallan mezcladas gentes de diversas lenguas que, bajo una misma fe, tienen diversos ritos y costumbres, ordenamos categóricamente que los Obispos de dichas ciudades o diócesis provean varones idóneos que les celebren los divinos oficiosos según los diversos ritos y lenguas, y les administren los sacramentos, instruyéndolos a un mismo tiempo con la palabra y el ejemplo (EF ¶19).”
Cada país tiene la responsabilidad de proteger sus fronteras y determinar quién puede cruzarlas. En el desarrollo de la política de inmigración, la Iglesia anima a líderes a ser compasivos, reconociendo la humanidad de cada persona que se acerca. Al viajar este mes a la frontera norte de México, el Papa Francisco hace recordar al mundo sus palabras al Congreso americano: “si queremos seguridad, demos seguridad; si queremos vida, demos vida; si queremos oportunidades, demos oportunidades.”
Siempre estaré agradecido por la seguridad, vida y oportunidad que los Estados Unidos me dio cuando mi país natal no era capaz de proporcionarlas. Huyendo rápidamente debido a la persecución de mi papá por terroristas y el atentado contra su vida, la compasión y la gentileza de los Estados Unidos no sólo mantuvieron vivo a mi papá, pero nos dieron paz y seguridad. El alma de esta nación se basa en la apertura de sus puertas a los demás. Como la Sagrada Familia, nuestros antepasados (por sangre o por fe) han sido inmigrantes en tierras lejanas. Debemos tratar a los inmigrantes hoy tal y como quisiéramos que nos tratasen a nosotros.
Las fotos son mias, no usar sin mi permiso. Fotos de Muisne y Cabo San Francisco, Ecuador, 2005.