El día que mi padre sobrevivió

El día que mi padre sobrevivió April 14, 2016

DSC07974 Mientras regresaba a casa para el almuerzo conduciendo en la carretera panamericana, atravesando el desierto al sur de la ciudad con el ruidoso océano Pacifico a su derecha y cerros arenosos a su izquierda, algo terrible ocurrió.  Mi papá iba a una buena velocidad cuando dos autos lo interceptaron, uno por delante y otro por detrás. Antes de escuchar dos disparos, mi papá ya se había deslizado rápidamente al carril derecho. Pisó el acelerador lo más profundo posible, y siguió recto por horas hasta que cayera la noche, pensando que solo en ese momento sería prudente regresar a casa.  Esa noche, después de una agonizante espera en casa, el teléfono sonó. Era mi papá. Le pidió mi mamá que vaya sola a recogerlo de donde estaba.

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Este traumático evento, el cual revolucionó y cambió para siempre la vida de mi familia, ocurrió hace veinticinco años este mes. El 12 de abril de 1991, después de años de amenazas e intimidaciones, una organización terrorista intentó dar un golpe mortal a mi padre, pero afortunadamente él sobrevivió. Mis padres decidieron abandonar el Perú para que mi papá pueda vivir. Aunque los dos hicieron esta elección libremente unos días después del incidente, creo que la decisión fue tomada por ellos la misma tarde del 12 de abril. La semana siguiente hice mi primera comunión con mis compañeros del colegio, y el 26 de abril empacamos una maleta cada uno y abordamos un avión American Airlines con destino a Miami. Todavía recuerdo que la película en el vuelo fue Mi Pequeño Angelito. La mañana siguiente llegamos a Augusta, Georgia, sin haber aun procesado la magnitud de lo que había sucedido y sin estar plenamente conscientes de sus implicaciones.

Fuimos desarraigados de todo lo que era conocido y cómodo, a un país extranjero donde nuestras raíces tuvieron que ser replantadas para no morir. Era imposible para mi saber en ese momento que las raíces crecerían fuertes en la tierra nueva que me recibía, y que Georgia se convertiría en mi nuevo hogar.

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He aprendido que es necesario lamentar aquellas cosas que nunca llegaron a buen término en nuestras vidas de la misma manera que lamentamos la pérdida de aquellas personas o cosas que alguna vez fueron parte de nuestras vidas. A menudo tenemos expectativas razonables sobre el futuro que simplemente no se hacen realidad, y debemos lamentar estos momentos futuros que nunca pasan a ser recuerdos. Estos permanecen como sueños y deseos que nunca se hicieron realidad a causa de elementos fuera de nuestro control.

Este lamento sana heridas que nos quedan al considerar las posibilidades de “lo que hubiera sido.”  Debemos confiar como nos enseña San Pablo en su carta a los Romanos, “sabemos que Dios dispone todas las cosas para bien de los que lo aman, a quienes él ha escogido y llamado.” La vida se desarrolla ante nosotros con vueltas y giros inesperados, y en todo esto lo único que permanece constante es la presencia de Dios. Dios es el único quien puede sostenernos y sabemos bien que si nos mantenemos en su amor, todas las cosas serán dispuestas para el bien.

All pictures are mine, all rights reserved.  Lima, Peru, 2016


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