“Aquél que es devoto y amante de Dios, que disfrute de esta magnífica y brillante fiesta. Aquél que es un siervo agradecido, que entre alegremente en el gozo del Señor. Aquél que está cansado en ayuno que reciba ahora el denario de recompensa”. El gran predicador San Juan Crisóstomo pronunció estas palabras en Constantinopla hace quince siglos convocando al pueblo a la celebración de la Pascua. Durante estos días millones de cristianos a lo largo del mundo recordamos y revivimos la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, algo que nos llena con gran alegría y esperanza.
San Juan Crisóstomo recalca que la resurrección de Cristo es un evento celebrado por toda persona: los ricos, los pobres, los fuertes, los débiles, los que ayunaron y los que no lo hicieron. Para aquellos que se prepararon desde el principio y también para aquellos que iniciaron su preparación tarde, la mesa del Señor está preparada con el ternero cebado. “Vengan: entren en el gozo del Señor”.
El misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo es un evento a través del cual toda la creación ha sido redimida. La creación es diferente porque Cristo surgió de la tumba. Levantándose de entre los muertos, Jesús elevó todo pecado y tiniebla hacia la luz y el amor de Dios Padre. Tenemos razón para esperar y para alegrarnos ya que la resurrección ha destruido nuestro mayor enemigo, la muerte. Ahora sabemos que también resucitaremos de entre los muertos porque hemos sido unidos a Jesucristo por medio del bautismo.
El Pregón Pascual cantado al inicio de la Vigilia Pascual celebra la magnífica noche durante la cual Jesús resucitó y transformó el mundo. En este antiguo himno la iglesia proclama, “¡Qué noche tan dichosa! Sólo ella conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos. Esta noche santa ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos”.
Esta noche única y trascendente que vio la tumba vaciarse se manifiesta cada año en la Vigilia Pascual donde recordamos y nos integramos al gran misterio de nuestra fe. Durante la Vigilia el cirio pascual ingresa a una iglesia oscura después de ser bendecido afuera, así simbolizando la presencia de Cristo que entra a un mundo oscurecido por le pesado yugo del pecado. Sin embargo el cirio pascual no pierde su luz al repartirla, más bien, su luz se multiplica al ser compartida con los fieles quienes encienden sus propias velas. De repente la oscuridad es vencida por la luz; la presencia de Cristo vence las tinieblas al extenderse su luz por todo el templo.
La luz de Cristo brilla espléndidamente durante el tiempo de la Pascua en la liturgia de la iglesia, pero esta luz debe estar siempre presente en nuestra vida cotidiana. Por medio de su resurrección, Jesús ha unido a toda la humanidad para ser un solo pueblo de Dios Padre. Obedientes a las palabras de San Juan Crisóstomo, regocijemos estos días en el esplendor de esta fiesta después de haber completado nuestras observancias de Cuaresma. Que el Señor resucitado nos bendiga con su poderosa luz eterna y nos guie hacia el lugar donde su luz nunca desvanece, la vida eterna.