Tuvo compasión de ellos

Tuvo compasión de ellos

Hace poco visité una familia devastada por la pérdida de su hijo recién nacido. Al entrar al cuarto de hospital encontré a la madre en cama con el pequeño niño envuelto en una cobija blanca hecha en casa. Lo miraba con una ternura de madre mientras acomodaba sus bracitos colorados.  El bebe tenía un sombrerito triangular blanco que cubría su cabeza y sus ojos estaban cerrados. Ninguna palabra podía consolar plenamente ni cualquier expresión podía sanar plenamente tal pérdida significativa para la pareja joven.

Una de las veces que Jesús desembarcó con sus apóstoles en la orilla del Mar de Galilea con la esperanza de encontrar paz y tranquilidad para hacer oración, se encontró con que le esperaba una gran muchedumbre que lo andaba buscando desesperadamente. San Marcos relata que “muchos fueron allá a pie desde las ciudades, y llegaron antes que ellos, y se juntaron a él”. En vez de molestarse con la multitud por seguirlo y evitarle tener un momento de silencio, Jesús los miró y tuvo compasión de ellos porque “eran como ovejas sin pastor”.  En lugar de reprenderlos, Jesús comenzó a enseñarles.

Esta no es la única oportunidad en los evangelios donde Jesús se encuentra con una multitud necesitada y se apiada de la gente. Su compasión no es condescendiente, pero más bien expresa el amor que tiene hacia el pueblo ante él.  En medio de la desesperación y la lucha, Jesús siente el dolor del pueblo y les demuestra su amor al enseñarles, al acompañarles, y en varias ocasiones, al darles de comer.

Jesús se manifiesta más donde es más necesitado. Jesús no sólo se hace presente en el margen de la sociedad donde innumerables personas se encuentran excluidas e ignoradas como Papa Francisco nos ha señalado tantas veces, pero Jesús también está presente en esas áreas de nuestras vidas donde tenemos la mayor necesidad de él. La presencia del pecado en nuestras vidas es inevitable, y Jesús desea que le permitamos acceso ahí para sanarnos.  A menudo mantenemos a Jesús distante de la oscuridad de nuestro pecado, pero él quiere acercarse a esa oscuridad para limpiar y encender la luz. Cada vez que nos confesamos invitamos a Jesús a sanar nuestras almas heridas. Él nos mira como miró a la multitud y se apiada de nosotros.

Jesús desea traer plenitud donde exista la experiencia de pérdida. Nuestros pecados y sufrimientos sólo encuentran sanación y consuelo cuando Jesús nos mira con misericordia. Tantas veces somos como ovejas sin pastor, y Jesús anhela que seamos parte de su rebaño.  Ninguna palabra humana consuela totalmente ni cualquier expresión sana plenamente nuestra experiencia de pecado y sufrimiento. Es sólo invocando a Jesús en nuestra necesidad que él mismo puede sanarnos, inyectando su luz en las oscuridades más profundas de nuestras almas.  “Aquellos que están bien no necesitan a un médico, pero los enfermos si” dice Jesús. “No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores.” Jesús está presente en nuestras vidas no porque seamos buenos, sino porque se nos hace difícil ser buenos. Jesús se manifiesta no porque todo en nuestras vidas esté marchando bien, sino porque las cosas no siempre van bien, y él nos ayuda en la lucha.  Al enfrentar el sufrimiento de la pareja que perdió a su niño, Jesús extendió su mano para consolarlos. El consuelo y la misericordia que sana el alma siempre serán obra de Jesús mismo quien mira a cada uno de nosotros en nuestra necesidad y se apiada de nosotros.

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