Llegué a la unidad de recién nacidos del hospital después de recibir una llamada telefónica solicitando un posible bautismo de emergencia. Soné el timbre de la unidad y a los pocos segundos una voz preguntó a través de un pequeño parlante, “¿en qué puedo servirle?” Me presenté y compartí con la enfermera la información de la familia que quería ver. Me informó que el bebé no estaba allí y me recomendó ir al hospital de niños. Me alejé de la puerta algo irritado por estar en el lugar equivocado y al caminar por el pasillo hacia el hospital de niños miré a mi derecha a través de una ventana grande hacia la sala de espera. Vi un gran número de personas sentadas en un círculo con miradas preocupadas. Sus gestos al verme exclamaban hacia mí. Fue evidente que querían hablar conmigo.
Me di la vuelta e ingresé a la sala de espera. Me presenté y un hombre de unos 40 años indicó que era el padre de una niña recién nacida con un defecto grave en su corazón. Venían de otra ciudad y obviamente estaban muy preocupados. Regresé a la entrada de la unidad de recién nacidos esta vez con el papa de la bebe y soné el timbre. Me presenté y compartí con la enfermera la información de la familia que quería ver. Me permitió entrar y al caminar frente a la estación de enfermeras, una de ellas me preguntó, “¿no acaba usted de preguntar a cerca de otro bebe hace unos minutos?” “Sí,” le respondí. “Pero encontré ahora otro bebe”.
Me acerqué a la niña recién nacida. Su madre estaba parada al lado con su mirada fijada en la pequeña bebé. Cuando su esposo habló al acercarnos, la mujer elevó la vista y se sorprendió al verme. Bauticé a la pequeña echando un pequeño chorro de agua destilada con una pipeta y una de las enfermeras fue la madrina. Después de varias cirugías y pocas señales de mejoría la pequeña bebe murió. Algunos años después me encontré con la misma familia en un evento diocesano, y ahora cada vez visita su parroquia en una comunidad rural de nuestra diócesis me da tanto gusto verlos.
La providencia de Dios me condujo al hospital esa mañana. Estaba en el lugar equivocado, pero llegué en el momento preciso. Mi irritación de estar en el lugar equivocado rápidamente se transformó en una profunda gratitud a Dios por poder acompañar a una familia sufriente y bautizar a una niña enferma. De vez en cuando experimentamos momentos en la vida donde parece que uno está en el lugar equivocado, o las cosas no proceden como uno esperaba. Estas experiencias sin embargo son recordatorios de que todo acontecimiento de la vida diaria no es en vano, y que dentro de la Providencia de Dios toda acción buena es debidamente recompensada. “Confía en el Señor de todo corazón y no te apoyes en tu propia inteligencia; reconócele en todos tus caminos y el enderezará tus caminos.” Proverbios 3, 5-6.
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