Jesús caminó por las orillas del mar de Galilea e invitó a jóvenes pescadores a seguirlo. Se acercó a la mesa de recaudadores de impuestos y llamó a Mateo para que fuera su discípulo. Jesús vio a Zaqueo trepado en una higuera y se invitó él mismo a cenar a la casa de Zaqueo. Se encontró con una mujer samaritana en el pozo del pueblo durante la hora más calurosa del día y por medio de una larga conversación, le cambió la vida a la mujer. Un vistazo breve de los evangelios ilustra rápidamente que Jesús no esperó a que la gente viniera a él, sino que se insertó en la vida del pueblo, interfirió y efectuó un cambio. Jesús no esperó pacientemente a que la sinagoga se llenara para enseñar; predicó y movió corazones justo donde se encontraba la gente. A algunos les costaba creer que Jesús tomara un interés personal en sus vidas como el centurión quien al enterarse de que Jesús se dirigía a su casa exclamó: “Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; sólo di la palabra y mi siervo sanará”. No se sintió digno de recibir a Jesús.
Jesús se interesa personalmente por cada vida humana. A veces imitamos la incredulidad del centurión dudando que Dios, que es tan diferente a nosotros, pueda desear una relación íntima con nosotros. “Antes que te formase en el vientre te conocí, antes que nacieras te dediqué, profeta a las naciones te nombré”, anunció Dios al profeta Jeremías cuando fue llamado a predicar el arrepentimiento a Israel. Antes de que cada uno de nosotros fuera creado, Dios nos conocía y eligió crearnos. Nuestra propia existencia está infundida con el amor de nuestro creador.
Santa Teresita de Lisieux exclamó: “Oh Jesús, amor mío, por fin he encontrado mi vocación: mi vocación es el amor. Sí, he hallado mi propio lugar en la Iglesia, y este lugar es el que tú me has señalado, Dios mío. En el corazón de la Iglesia, que es mi madre, yo seré el amor; de este modo lo seré todo, y mi deseo se verá colmado”. Esta simple pero penetrante revelación de la Santa es que el amor está en el corazón de la vida cristiana, por lo tanto, un discípulo fiel de Jesús está llamado a amar con un corazón que imita al corazón del Maestro. Por amor a nosotros, Él entra en nuestras vidas para transformarlas y nos llama a hacer lo mismo por los demás. Esta es la vocación de todo cristiano y nos impulsa a preguntarnos “¿cómo puedo amar?” La respuesta a esa pregunta se manifiesta de formas diversas según los talentos, deseos y circunstancias de la vida de cada persona. Santa Teresita respondió a la llamada al amor ingresando al convento desde muy joven. Otros responden a través del matrimonio, el servicio, su profesión y prácticamente todas las pequeñas decisiones diarias en las que se elige el amor sobre la indiferencia y la alienación.
Jesús predicó: “Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado.” ¿Cómo amo, especialmente a los más difíciles de amar? La forma en que vivimos nuestra vocación de amar es la medida con la que se medirán nuestras vidas en el último día. El ejemplo de Jesús quien toma un gran interés sobre la vida personal de los demás es la ilustración más perfecta a seguir. ¿Cómo puedo amar hoy?
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