Durante mis estudios en Roma pasaba todos los días camino a la universidad por el frente la iglesia donde está enterrado San Felipe Neri. La mayoría de veces pasaba caminando por Chiesa Nova, pero cuando llovía, la miraba a través de la ventana del autobús y, durante los meses más fríos, pasaba en bicicleta. En esa misma iglesia hace quinientos años los fieles se congregaban para escuchar a San Felipe Neri predicar. Conocido como el Santo Patrón de la Alegría, la forma en que se ganó esta distinción es graciosa en sí misma. Para desviar la atención de sí mismo, el Santo solía contar chistes obscenos durante sus homilías, y a veces se afeitaba la mitad de la barba para recibir a dignatarios. Prefería ser juzgado como ridículo en lugar de ser reconocido por su sobresaliente virtud.
Cuando comencé mi asignación como Director Diocesano de Vocaciones recibí un buen consejo de un director experimentado, “cuando visitas un seminario, debe haber jóvenes rezando en la capilla y jóvenes riendo en el comedor”. El consejo también recalcó que al evaluar a un posible seminarista, era bueno calcular su sentido del humor. Los mejores y más fieles sacerdotes suelen tener un gran sentido del humor. Las mejores carcajadas de mi vida sucedieron durante mi tiempo en el seminario. San Pablo enseña que la presencia del Espíritu Santo produce alegría, junto con muchas otras virtudes. La alegría es señal segura de que el Espíritu de Dios está presente.
Jesús les dijo a sus discípulos: “Tengan buen ánimo porque yo he vencido al mundo”. La vida cristiana, con el sacrificio y el desprendimiento que exige, es primeramente una vida de alegría. Esta es una alegría que brota de las profundidades del alma que no se puede templar con las cosas pasajeras. La alegría cristiana nace del conocimiento de que Jesús ha vencido el pecado y la muerte, y que no nos abandona, especialmente en nuestro tiempo de lucha. La alegría cristiana nos permite mirar al futuro con gran esperanza.
San Felipe Neri señaló que “un corazón lleno de alegría se perfecciona más fácilmente que uno triste”. En Dios hay alegría. No es una coincidencia que las imágenes bíblicas del cielo usualmente incluyan una fiesta de bodas o algún tipo de celebración. Hay una historia de que Santo Domingo visitó la recién establecida comunidad de religiosas dominicas en Roma y las encontró algo sombrías. La solución del Santo fue dar acceso sin restricciones a la bodega llena de vino y ordenar a las hermanas que bebieran hasta que se alegraran. Santo Domingo sabía que un corazón lleno de alegría se perfecciona más fácilmente que uno triste. Quizás el Santo leyó el Salmo 104 a las hermanas que bendice a Dios, agradeciéndole por darnos vino para alegrar el corazón.
En medio de la confusión y la lucha, nuestra fe invita a una alegría profunda. Jesús desea que elevemos nuestro corazón hacia Él para encontrar consuelo. La alegría cristiana no es un mero romanticismo o un sentimiento pasajero que se marchita rápidamente, sino que se basa en la esperanza de la Resurrección. Jesús nos invita a repetir las palabras del Salmo 43 en todas las circunstancias de la vida: “iré al altar de Dios, mi alegría, mi deleite”.