Una vez escuché la historia de una niña que recibió un hermoso collar de perlas como regalo de parte de su papá el día que cumplió doce años. Las perlas no eran de verdad, pero de imitación. A la niña le gustó tanto el regalo que se lo ponía cada noche para irse a dormir. Cuando su padre llegaba a decir buenas noches, siempre encontraba a una princesa.
Esto continuó durante varios años. Cuando la joven cumplió quince años, su padre comenzó a pedirle que le regrese el collar. Estaba ella tan apegada a él que no podía ni pensar en devolverlo y comenzó a resentir el pedido de su padre. ¿Cómo podía pedirle de regreso el regalo que ella tanto amaba? Dos veces por semana el papa tenía la misma petición cuando se despedía de su hija.
Tres meses después, la joven, cansada de la insistencia de su padre, tímidamente se quitó el collar y se lo dio. El padre inmediatamente sacó una caja bellamente envuelta de su bolsillo y se la dio. La abrió la joven y no podía creer lo que encontró, era un hermoso collar de perlas. Éste no era de perlas de imitación, pero más bien era hecho con las mejores perlas Mikimoto.
Después de la resurrección, los discípulos estaban como la joven de la historia, poco dispuestos a desprenderse. Jesús dijo varias veces que él tenía que irse para que puedan recibir al Paráclito, el Espíritu de la Verdad. Cuando Jesús se le apareció a María Magdalena, ella lo agarró pero Jesús le dijo: “Suéltame, pues aún no he subido al Padre.” Jesús les dice a María Magdalena y los apóstoles que se desprendan de él para que cosas más grandes vengan. Finalmente sueltan, Jesús asciende cuarenta días después de su resurrección y viene algo más grande: el descenso del Espíritu Santo que los fortaleció, permitiéndoles salir a predicar a los confines del mundo.
La joven de la historia tuvo que desprenderse de su collar para recibir algo más grande de la misma manera que los apóstoles y los primeros discípulos tuvieron que desprenderse de Jesús para recibir algo más grande. A menudo erróneamente creemos que recibiremos más si más controlamos, agarrándonos como María Magdalena, pero al hacerlo, sólo sofocamos el poder y la presencia del Espíritu Santo. Hay que desprenderse para que cosas aún más grandes puedan ocurrir.
El desprendimiento es algo positivo. El desprendimiento permite que ocurran cosas nuevas. El desprendimiento trae crecimiento. Esto incluye el desprendimiento de dolores y heridas del pasado y el desprendimiento de la vieja rutina diaria que impide compartir más tiempo con la familia. También incluye desprenderse de malos hábitos que dañan y a veces incluso desprenderse de cosas buenas para que surjan mejores.
El padre de la niña tenía un gran regalo esperándole a su hija, y sabemos que todo don bueno y perfecto es de Nuestro Padre en el cielo. Debemos confiar que Él tiene grandes cosas preparadas para nosotros si sólo nos desprendemos de aquellas cosas a las cuales nos aferramos, confiando que el generosamente proveerá lo necesario y nos sorprenderá en el proceso.