Durante los últimos doce años he sido testigo de muchas parejas que intercambian votos matrimoniales ante mí y sus seres queridos. Algunos están visiblemente nerviosos, otros se expresan con gran convicción, mientras que unos pocos apenas pueden pronunciar las palabras debido a sus lágrimas de emoción. Es imposible permanecer indiferente cuando se asiste a una boda: algunos extrañan a su cónyuge fallecido, otros renuevan su compromiso matrimonial, otros se preguntan cuándo llegará su verdadero amor, y para otros lamentablemente es un recordatorio de una relación dolorosa que llegó a un final amargo.
A pesar de nuestras experiencias habituales con fracasos, pérdidas y traiciones a lo largo de nuestras vidas, toda persona humana aun anhela por ser aceptada y amada. Estos pueden parecer deseos absurdos ya que muchas experiencias nos dejan vacíos y añorando por algo mas. Hace algún tiempo escuché una canción que expresaba con desánimo, “si cuanto mas intento atravesar la pared, mas cicatrices tengo.” El anhelo de plenitud y propósito parece dejarnos insatisfechos: no importa cuánto intentemos atravesar las paredes de la vida, a menudo nos quedamos en el mismo lugar con las cicatrices resultantes de nuestros intentos de llegar a un lugar mejor.
San Juan escribe en una de sus cartas, “nadie ha visto jamás a Dios. Sin embargo, si nos amamos los unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se perfecciona en nosotros”. Las cicatrices que dejan nuestros anhelos más profundos solo pueden ser sanadas por el amor infinito que Dios nos ofrece. La Buena Nueva que Dios ofrece en Jesucristo es que cada uno de nosotros es un hijo amando o una hija amada de Dios Padre, y como hijos del Padre, somos herederos del reino eterno. El Dios que no podemos ver se manifiesta a través del amor que compartimos con los demás, aunque fracturado e imperfecto, es precisamente allí donde aprendemos a amar con el amor gratuito del Padre.
Jesús dijo a sus discípulos: “Porque si aman a los que los aman, ¿qué mérito tienen? Incluso los pecadores aman a quienes los aman. Y si hacen bien a los que les hacen bien, ¿qué mérito tienen? Incluso los pecadores hacen lo mismo… pero más bien, amen a sus enemigos y háganles el bien”. La instrucción de amar al prójimo es difícil, y si amamos correctamente, siempre quedarán cicatrices.
La canción antes mencionada describe en su letra al inicio una “playa de deseo en un mar de esperanza”. Así como el agua de las olas que rompen en la playa son absorbidas por la arena, nuestros deseos nunca se sacian del todo con las esperanzas que llegan a la playa de nuestra alma. Somos una playa, nunca completamente satisfecha por las esperanzas y deseos terrenales que absorbe. El verdadero amor no se encuentra, pero mas bien se recibe de un Dios que con su amor nos mantiene en existencia, y nos enseña que debemos mostrar al prójimo ese mismo amor que El nos ha mostrado. Nuestros deseos sólo serán saciados por un Dios que nos ama infinitamente y que nos acepta porque somos sus hijos amados.