No es necesario saber cómo funciona algo para darse uno cuenta de que sí funciona. Crecí en el campo y observé de primera mano el trabajo de la naturaleza: las semillas sembradas en tierra adecuada con suficiente agua, resultan en vida nueva. No es necesario comprender cómo se desenvuelve este proceso para saber que la tierra efectivamente genera vida nueva. De niño me maravillaba la grandeza de la vida al ver nacer un ternero, y también cuando me hallaba en medio de un campo de maíz donde los tallos se levantaban casi mágicamente de la tierra árida y marrón.
Entonces dijo Dios: «Que la tierra produzca vegetación: toda clase de planta que dé semilla, y todo árbol frutal que dé fruto con su semilla. Y así sucedió: la tierra produjo vegetación: toda clase de planta que dé semilla, y todo árbol frutal que dé fruto con su semilla. Y vio Dios que era bueno» (Génesis 1, 11-12).
El crecer en una granja me permitió observar en primera fila la generosidad de la tierra. Así como Dios creó la vegetación en el libro del Génesis, Dios continúa a crear hoy. No solo provee generosamente a través de la tierra, sino que ahora, como sacerdote, me permite disfrutar en primera fila de su generosidad al tratar con nosotros, sus hijos e hijas. No necesito saber cómo trabaja la gracia y el perdón de Dios para comprender que estos tienen efecto, que son reales y efectivos. Así como la tierra nos da todo lo que necesitamos para comer: verduras, frutas, animales, etc., Dios nos da todo lo que necesitamos para sanar y reconciliarnos con Él. San Juan escribió en su evangelio que de la plenitud de Jesús «todos recibimos, gracia sobre gracia». Todo lo que tenemos es un don gratuito de Dios, comenzando por el hecho de que existimos.
Hay un misterio en la manera que la vida de desenvuelve. Una granja no es una fábrica donde se crean y ensamblan piezas. Una granja depende de los dones de la naturaleza: la tierra, el agua y las semillas, para que de estas surja la vida, no para que sea ensamblada. De igual manera, la gracia de Dios no depende solo de las partes de quienes somos, sino que es Dios quien lo transforma todo con su poder, otorgándonos algo que no podemos lograr por nosotros mismos: el perdón y la salvación.
Antes de fallecer, mi abuelo expresó su deseo de ser enterrado en casa de campo, bajo una hermosa cruz antigua. Para el alivio de la familia, meses antes de su muerte se estableció un cementerio cerca de la propiedad. Vi cómo el campo por el que pasaba a diario se convirtió en un lugar para sepultar a los muertos. Hectáreas de sandías y alfalfa pronto se transformaron en un hermoso jardín con lápidas. El cambio de las tierras de cultivo me sirvió como recordatorio de la gracia de Dios. La tierra solía proporcionar productos naturales para comer, pero ahora, al acoger restos mortales, ésta anticipa los acontecimientos sobrenaturales de la resurrección de los muertos al final de los tiempos, cuando se abrirán las tumbas y de la tierra se levantarán todos los que duermen en Cristo.
¿Cómo exactamente resucitará Dios a los muertos y cómo será nuestra experiencia del cielo o del infierno? El misterio de la vida natural se entrelaza con el misterio de la sobrenatural. Puede que no lo entendamos todo, pero así como un agricultor espera y confía en que llegará la lluvia, nosotros esperamos y confiamos en que Jesús proveerá todo lo necesario para nuestra salvación.
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