Un ciego guiando a otro ciego

Un ciego guiando a otro ciego November 19, 2018

Cuando estaba en la universidad había un estudiante ciego un año debajo de mí. Nunca tuve una clase con él y sólo le hablé una vez, pero todos en la universidad sabían bien quien era.  Formaba parte del ministerio de música de la capilla teniendo que memorizar la música y la letra de todas las canciones que preparaban para la Misa. Caminaba por toda la universidad con gran facilidad usando uno de esos característicos bastones blancos utilizados por los ciegos.

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Una mañana después de Misa al salir de la capilla, lo vi parado junto a la puerta como esperando a alguien.  Al pasar cerca de él, noté que un estuante le presentaba a un señor ya mayor.  El señor también tenía uno de esos bastones blancos utilizados por los ciegos. El señor no parecía ser un estudiante.  “Debe estar aquí de visita”, pensé.

Al ya salir de la capilla y sintiendo el aire frío en mi cara, me detuve a pocos pasos de la puerta para observar brevemente la interacción entre ambos. Los vi salir de la capilla charlando tranquilamente y oí la risa particular ya conocida del joven estudiante. Acercándose dónde estaba yo parado, le escuche decir al estudiante mientras golpeaba el borde de la vereda con su bastón blanco, “aquí tienes que tener cuidado con los arbustos.” Mi curiosidad aumentó y permanecí mirando como ambos ciegos descendieron por unas gradas hacia la rotonda principal de la universidad.  El joven continuó sus explicaciones mientras golpeaba el borde de la calle, “aquí se llega a una rotonda.  Ahora sígueme.”  El joven guio al señor mayor alrededor de la rotonda, ambos golpeando con sus bastones el borde de la calle como para asegurarse que la vereda aún estaba ahí.  Observé con asombro como dieron toda la vuelta y regresaron con gran facilidad al punto de partida. “Ahora estamos de regreso al lugar de donde iniciamos”, explicó el joven.

Luego de esta experiencia me di cuenta de que yo había aprendido una valiosa lección de la misma manera que el señor mayor había aprendido la lección de cómo moverse por la universidad. “Si es posible que un ciego guie a otro ciego”. Siendo ciego, el joven había adquirido cierto conocimiento y fue capaz de compartirlo. Como alguien con vista, yo no hubiera sabido cómo explicarle al señor mayor como movilizarse, y no hubiera sabido los peligros a evitar o las precauciones a tomar. El joven estudiante fue el mejor maestro precisamente a causa de su ceguera. Fue debido a su ceguera, su debilidad, que él fue el más fuerte.

San Pablo escribió a los corintios, “cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte.” Es debido a nuestras experiencias de vida, especialmente nuestros errores, que somos capaces de dar los mejores consejos.  Es a través del reconocimiento de nuestras propias insuficiencias y debilidades que Dios es capaz de hacernos fuertes. En la vida todos somos pecadores guiando a otros pecadores por el mejor camino hacia Dios y a la fidelidad a Cristo.  Nuestra debilidad nos hace fuertes, y Dios nos permite utilizar nuestra debilidad para construir su reino.


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