Durante mi último año de estudios en Aquinas High School en Augusta, visité por primera vez la iglesia melquita de San Ignacio de Antioquía ubicada en Merry Street. Mi profesor de religión era feligrés de San Ignacio y nos invitó a la Divina Liturgia un domingo por la mañana. Como un católico de dieciocho años que solo había ingresado a una iglesia no católica dos veces en su vida, me quedé extremadamente sorprendido por la belleza de la pequeña iglesia. Cada centímetro de sus paredes y techo estaba cubierto por íconos. Me sentí atraído por el misterio de la liturgia mientras el Padre Dan Munn cantaba en tonos que nunca había escuchado, y todos respondían alegres en voz alta. Recuerdo que guardé el misal con las oraciones para simplemente observar el misterio que se desenvolvía ante mí.
Durante la celebración de la Divina Liturgia, a once años de mi primera comunión, sentí profundamente por primera vez la convicción incuestionable de que Jesucristo estaba verdaderamente presente en el pan y en el vino que se convierten en su cuerpo y sangre. Siempre lo había creído, pero al orar juntos antes de la comunión una oración de la Divina Liturgia de San Juan Crisóstomo, no tuve ninguna duda de que las palabras de Jesucristo eran ciertas: “esto es mi cuerpo… esta es mi sangre”. Esta fue la oración:
“Creo, Señor y confieso que en verdad eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, que has venido al mundo a salvar a los pecadores, de los que yo soy el primero. A tu cena mística, Hijo de Dios, recíbeme hoy como participante, pues no hablaré de tu misterio a tus enemigos, ni te daré un beso como Judas, sino que como el ladrón te confesaré: acuérdate de mi, Señor en tu reino. No sea motivo de mi juicio y mi condenación la comunión de tus santos misterioso, Señor, sino de curar mi alma y mi cuerpo.”
Así como la gloria de Dios se expresa a través de la diversidad de la creación ya que cada criatura revela un aspecto único de quién Dios es, los diversos ritos de la Iglesia Católica son como los muchos colores de un espectro los cuales surgen de la refracción de un solo rayo de luz a través de un prisma. Cada rito, enraizado en la Tradición Apostólica, a menudo por medio de las diversas Iglesias Ortodoxas u Orientales, capta un aspecto diferente de la belleza de nuestra Iglesia que es una, santa, católica y apostólica. La Iglesia católica melquita tiene sus raíces en la ciudad de Antioquía, donde San Pedro fundó una comunidad cristiana antes de ir a Roma. Fue en Antioquía donde los discípulos de Jesús fueron llamados cristianos por primera vez, y su tercer obispo, San Ignacio, fue el primero en describir la Iglesia con la palabra “católica”.
En el 2006 tuve la oportunidad de pasar un tiempo enseñando inglés en la Universidad Católica Ucraniana en Lviv, Ucrania. Sabía muy poco sobre este país, pero tenía el deseo de pasar un tiempo extendido en un país ex-soviético, y donde la mayoría de los católicos pertenecían a un rito de la Iglesia diferente al mío. La mitad de mis estudiantes eran seminaristas, y tuvimos extensas conversaciones sobre las diferencias que existían entre la Iglesia Católica Ucraniana, también conocida como la Iglesia Greco Católica, y la Iglesia Romana, pero la unidad en la fe siempre prevalecía. En una ocasión asigné a mis alumnos que escribieran sobre el tema de la vocación. Una de mis alumnas escribió un hermoso párrafo sobre la vocación de ser la esposa de un sacerdote, una vocación a la cual ella se sentía llamada. Como seminarista de la Iglesia Latina, ¡me quedé bastante desconcertado! La liturgia esas semanas siempre fue hermosa, cantada todas las mañanas en ucraniano, y cuando el obispo nos visitó, en griego.
La mayoría de nosotros leyendo este artículo pertenecemos al Rito Latino o Romano de la Iglesia Católica. Dado que somos la gran mayoría de los católicos en el mundo, a menudo reducimos erróneamente a la Iglesia Católica a la experiencia de nuestro rito, y olvidamos que la riqueza de nuestra fe se expresa a través de la diversidad del culto rendido a Dios. Algunos ritos han sido suprimidos, otros desaparecieron por falta de uso. Al fin de cuentas, es nuestra fe común Cristo lo que nos une, enraizada en la fe transmitida a los apóstoles.
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