Uno de los salmos pude ser el mejor recurso para considerar el lugar de los seres humanos en el universo. “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él? Sin embargo, lo has hecho poco menos que un dios, lo has coronado de gloria y honor. Le diste señorío sobre las obras de tus manos, y todas las cosas pusiste a sus pies (Salmo 8, 5-9). Las recientes imágenes capturadas por el telescopio espacial James Webb de la NASA nos brindan una renovada idea de la inmensidad del universo y nos recuerdan nuestra pequeñez. Muchos consideran que el hombre en el universo no es más que una mota de polvo, la obra actual de la evolución biológica. Aunque hay un elemento de verdad en este pensamiento, Dios nos ha revelado al mismo tiempo que los seres humanos son la cumbre de la creación.
El místico alemán del siglo catroce comúnmente llamado el Maestro Eckhart, escribió que en “el núcleo de la Trinidad el Padre ríe y da a luz al Hijo. El Hijo ríe en respuesta al Padre y da a luz al Espíritu. Toda la Trinidad ríe y da a luz a nosotros”. La intrigante sugerencia de Eckhart implica que la creación de nuestros primeros padres es el resultado del amor y la alegría compartidos por las personas de la Trinidad de la misma manera que uno comparte una risa con un ser querido. El lugar del hombre en el universo está en el corazón de Dios quien lo crea y lo sostiene.
En 1981 el Papa Juan Pablo II se dirigió a una sesión plenaria de la Academia Pontificia de Ciencias durante la cual subrayó que “la Sagrada Escritura no quiere enseñar cómo ha sido hecho el cielo, sino cómo se va al cielo”. Recalcó que el libro del Génesis analiza los orígenes del universo no como una exposición científica, sino más bien como una descripción de la relación entre Dios y los seres humanos. A pesar de nuestra estatura insignificante en comparación con la grandeza del universo, el Génesis enseña que Dios creó todo y lo declaró “bueno”, pero cuando creó a nuestros primeros padres, los declaró “muy buenos”. El último día de la creación no llega a su fin como los otros días de la narración, lo que indica que la formación de los seres humanos por parte de Dios no ha llegado a su fin.
El lugar del ser humano en el universo se demuestra decisivamente en el bautismo de Jesús cuando se escuchó la voz de Dios Padre decir: “Este es mi Hijo amado; con quien estoy muy complacido”. Esta es una declaración de Dios donde conocemos que Dios ha encontrado al hombre bueno. Puede que seamos una insignificante mota de polvo, pero Dios ha elegido moldearnos a lo largo de la historia, y en Jesús su Hijo, ha revelado que somos sus hijos amados.
Es en Jesucristo donde la relación entre Dios y los seres humanos llega a la perfección y donde encontramos nuestro lugar en el cosmos. Todo lo que podemos aprender de las ciencias naturales sobre el ser humano se cumple en Jesucristo quien abre todo lo que somos a la vida eterna. Algunos sugieren que el último día de la creación concluye en la cruz cuando una oscuridad descendió sobre la tierra. En ese momento la creación de Dios culmina y llegamos a conocer perfectamente nuestra identidad en Jesús, el Hijo de Dios.
El pobre Job clama a Dios con gran dolor en su alma: “¿Qué son los seres humanos para que los engrandezcas o les prestes atención? (Job 7:17).” A pesar de nuestra pequeñez, Dios nos valora y eleva nuestra humanidad para que compartamos de su divinidad. Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, nos muestra nuestro verdadero lugar en el universo.