Santa Rosa de Lima era conocida por su belleza inigualable, su intensa oración, su servicio infatigable y su rigurosa vida penitencial. Cuando era pequeño mi mama me llevó a visitar el santuario de Santa Rosa en el centro de Lima. De las muchas cosas que vi ese día, la que más me llamó la atención ya no está expuesta al público. Recuerdo ver colgando de una pared varios aparatos que Santa Rosa solía usar para hacer penitencia. Una monja nos explicó cómo la santa se colgaba de su cabello para dormir, portaba una camisa de pelo y solía utilizar un cinturón con espinas en la parte interior. Cuenta la tradición que en un cierto momento, Santa Rosa cerró con llave el cinturón de espinas alrededor de su cintura y lanzó la llave en el pozo de la casa.
Santa Rosa vivió una vida de penitencia, sintiéndose llamada a hacer reparación ante Dios por los pecados de los demás. Para muchos esto puede parecer innecesario e incluso absurdo. ¿Cómo pueden el dolor y el sufrimiento de una persona de alguna manera expiar los pecados de otra? Ciertamente esto puede parecer extraño hasta que consideramos uno de los principios fundamentales de la fe cristiana: que Jesús libremente tomó sobre sí la culpa de la humanidad y esta lo llevó a la muerte en cruz. Un inocente sufrió por los culpables en expiación ante Dios Padre. El valor redentor de la penitencia está en el corazón del mensaje cristiano. La espiritualidad de Santa Rosa, la cual se centrada en la relación conyugal entre ella y Jesús, le permitió unirse íntimamente con Jesús su novio. Esta unión no solo existía en momentos de gloria y alegría, pero también en el dolor. A través de la penitencia, Santa Rosa se unió al sufrimiento de Cristo.
No todos están llamados a vivir una vida de extrema penitencia como Santa Rosa, pero todos los bautizados podemos ofrecer sacrificios a Dios Padre en expiación por nuestros pecados y los de los demás. La oración recitada en la Coronilla de Divina Misericordia, la cual Jesús le enseñó a Santa Faustina, refleja esta realidad: Padre Eterno, Te ofrezco el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de Tu Amadísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, como propiciación de nuestros pecados y los del mundo entero. La presencia del sufrimiento no apunta hacia una existencia sin sentido, sino más bien, el sufrimiento está impregnado de sentido y redención.
Recientemente en una invitación a sacerdotes a participar en un día de oración y ayuno en reparación de los pecados graves y crímenes cometidos por sacerdotes y obispos, alguien criticó, “¿sólo un día? Debería ser todos los días que todos ayunamos y oramos por las víctimas de abuso”. Debe hacerse mucha expiación y reparación manteniendo a las víctimas de abuso siempre en mente, junto con acción concreta por parte de aquellos en posiciones de autoridad en la Iglesia. Tanto la invitación a los sacerdotes mencionada y su crítica son invitaciones a todos los fieles a imitar el espíritu de Santa Rosa de Lima quien reconoció la gran necesidad de hacer expiación uniéndose más íntimamente a Jesús a través de la penitencia. La Iglesia católica en los Estados Unidos debe entrar en un tiempo penitencial que sea tan evidente y concreto como aquellos aparatos que vi colgados en la pared del Santuario de Santa Rosa cuando era un niño. El cuerpo de Cristo está sufriendo enormemente en las víctimas de abuso, y la Iglesia entera sufre con ellas: ¿de qué formas concretas se manifestará esta realidad?
El pozo de Santa Rosa y la casa de la Santa