Me uno al arzobispo Wilton Gregory de la Arquidiócesis Católica de Atlanta al expresar profunda decepción por la decisión del gobierno de rescindir el Programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA). En 2012, a falta de una acción del Congreso para brindar asistencia a cerca de 800.000 jóvenes que fueron traídos a los Estados Unidos como infantes o niños por sus padres sin autorización, el Departamento de Seguridad Nacional anunció que aquellos que ingresaron a los Estados Unidos de niños, y que cumplían ciertos requisitos, podían registrarse en el gobierno, lo que les permitiría obtener una licencia de conducir y un permiso de trabajo.
Los beneficiarios de DACA han crecido en nuestro sistema educativo, son miembros orgullosos de nuestra sociedad y poseen innumerables dones y talentos que enriquecen mucho nuestro país. Durante mi ministerio he conocido numerosos beneficiarios de DACA que ya están brindando una contribución positiva en nuestras comunidades locales y parroquias. Los destinatarios de DACA se consideran norteamericanos, hablan inglés y se sienten en casa en los Estados Unidos. Ya nuestro gobierno ha llevado a cabo una evaluación individualizada de cada uno de estos receptores, y se ha encontrado que son miembros que contribuyen a la sociedad.
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