El filósofo Heráclito de la antigua Grecia tenía razón cuando declaró hace unos 2.500 años que “lo único constante es el cambio”. Al considerar la naturaleza del cambio filósofos como Heráclito han discutido a lo largo de los siglos la paradoja del “Barco de Teseo”. El héroe de guerra griego Teseo regresó en su barco a Atenas y con el tiempo las diversas partes del barco fueron reemplazadas. La pregunta es: cuando al pasar del tiempo toda parte de la nave es reemplazada, ¿sigue siendo este el barco de Teseo? ¿Qué constituye el barco de Teseo si no sus partes individuales? Estas mismas preguntas se pueden hacer de nuestros cuerpos a medida que las células mueren y son reemplazadas, y de un río a medida que el agua fluye y las piedras del lecho del río se mueven con el paso de los años. Todo lo que nos rodea está en flujo, el cambio es parte de nuestra vida diaria, pero a menudo batallamos para aceptarlo.
El último 5 de marzo el Santo Padre Francisco nombró a Monseñor Gregory Hartmayer el séptimo Arzobispo de Atlanta, y de esta manera se introdujo gran cambio no solo en su vida, pero en las vidas del más de un millón de católicos que viven en Georgia. Fuertes lluvias abatieron todo el estado el día del anuncio. Al ingresar la escuela de San Juan Evangelista en Hapeville bajo un mismo paraguas con el Obispo, le dije: “Estas son lágrimas que caen; la mitad del estado llora por tristeza mientras que la otra mitad llora de alegría.
“A menos que un grano de trigo caiga al suelo y muera, sigue siendo sólo un grano de trigo; pero si muere, produce mucho fruto”. Enfrentar el cambio es difícil ya que algo que fue alguna vez ya no lo es, y dentro de nosotros mismos anhelamos lo que era. Sin embargo, el cristianismo abarca el cambio como una disciplina espiritual que estira el alma para recibir una mayor medida de la presencia de Dios. El misterio pascual de la muerte y resurrección de Jesús se vive todos los días, especialmente cuando enfrentamos un cambio no deseado o repentino.
Todo llega a su fin. A menudo nos aferramos al presente o al pasado cuando las cosas iban bien, sin embargo, la vida nos impulsa hacia el futuro sin ninguna alternativa. Durante dieciocho años de mi vida esperé ansiosamente el nuevo milenio, y ahora ya han pasado veinte años del nuevo milenio. El aferrarse al pasado puede llegar a ser sofocante, y es posible perderse oportunidades o cambios valiosos. Nuestra renuencia a reconocer que las cosas llegan a su fin ya sea una relación, una vida, unas vacaciones, un hobby, un trabajo, o una casa, nos impide seguir adelante disfrutando de lo que Dios provee en el momento presente.
Cuando algo nuevo surge de lo que termina, lo nuevo no solamente reemplaza lo que fue en algún momento, pero más bien surge debido a lo que existió antes. El comenzar estudios universitarios no simplemente sustituye la secundaria, pero más bien ocurre a causa de lo que vino antes. Cuando muere un ser querido, no nos olvidemos de él o ella, pero más bien continuamos nuestras vidas de una manera diferente pues nuestro ser querido siempre deja una marca en nuestro ser. Cuando momentos de la vida durante los cuales todo parece ir bien llegan a su fin y surgen dificultades, tenemos la habilidad de enfrentar los desafíos debido a las lecciones aprendidas y confianza adquirida durante los buenos tiempos. Todo llega a su fin y nuevas cosas siempre surgen, pero las habilidades que aprendemos y experiencias continúan, y principalmente Dios sigue presente a lo largo del camino.
Cuando algo bueno termina, existe la tentación de pensar que nada igual de bueno surgirá. La vida es una aventura, y tenemos que estar dispuestos a vivir sin temor. Ciertamente las cosas cambian a lo largo de la vida, pero si resistimos los finales y los nuevos comienzos, nos cerramos en nosotros mismos y nos hacemos irrelevantes. El hombre sentado en el trono en el libro de Apocalipsis anuncia: “¡He aquí, yo hago todo nuevo!” Jesús está constantemente haciendo todas las cosas nuevas, causando renovación y conversión. Nuestra relación con él y nuestra vida espiritual consiste en un constante fin al pecado y una renovación de la vida de la gracia; un ciclo de conversión que perdura la vida entera. Innumerables almas han encontrado un nuevo comienzo en Cristo y han quedado muy agradecidas por el fin que condujo a una nueva vida.
A medida de que el cambio desciende sobre nuestra diócesis, le deseamos al nuevo Arzobispo Hartmayer de Atlanta lo mejor en su nueva asignación, y oramos para qué el Espíritu Santo nos de la fortaleza y dirección que necesitamos. Todas las cosas llegan a su fin, y avanzamos siempre sin temor con la ayuda de Dios.
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