A medida que se acerca la fecha para entregar este artículo para publicación, los resultados oficiales de las elecciones presidenciales de los Estados Unidos aún no se han finalizado. Durante cuarenta y ocho horas me he sentido impaciente con el deseo de que la espera llegue a su término y un rápido desplazamiento por las redes sociales muestra que muchos comparten mis sentimientos. La paciencia es una virtud difícil de ejercitar, especialmente en la modernidad cuando nos hemos acostumbrado a respuestas y resultados inmediatos. La palabra paciencia proviene de la palabra patientia en latín la cual significa sufrimiento. Los pacientes que esperan en una sala de espera no se llaman pacientes porque esperan pacientemente la cita con su médico, sino porque están enfermos y sufriendo.
La paciencia aborda la presencia del sufrimiento porque implica el anhelo de algo deseado que aún no se posee. La paciencia conserva el control sobre emociones y vicios que estallan una vez que se vence la paciencia, entre ellos la frustración, la ira y la desesperación. A la persona impaciente siempre le pido orar para aceptar los acontecimientos de la vida tal como se presentan, tanto buenos como malos. La aceptación del momento presente es el arma más grande contra la impaciencia porque elimina el sufrimiento de querer algo diferente o adicional. Encontrar a Dios en todas las cosas, especialmente cuando existe gran incertidumbre y sufrimiento, es lo que permite la práctica de la paciencia.
San Agustín escribió que “por la paciencia humana toleramos los males con ánimo tranquilo”. En otras palabras, es a través de la paciencia que una persona puede soportar el mal sin ser perturbado por el dolor. La gran mística española del siglo XVI, Santa Teresa de Ávila incluyó las siguientes palabras en su bella y conocida oración: “Nada te turbe, nada te espante; todo pasa, Dios no cambia, la paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene nada le falta: solo Dios basta”.
El mayor ejemplo de la paciencia lo vemos en nuestro Creador. El Papa Francisco enseñó en una homilía hace algún tiempo que “la paciencia de Dios debe despertar en nosotros la fortaleza para volver a Él, por muchos errores y pecados que haya en nuestra vida”. La paciencia divina de Dios está dirigida a la salvación de todo hombre y mujer. A pesar de nuestro pecado e ingratitud que hieren y ofenden a Dios, Él permanece infinitamente paciente esperando nuestro regreso a Él. Jesús cuelga de la cruz en silencio y con paciencia, ofreciéndose a sí mismo para que tú y yo podamos volver al Padre. Si Jesús se impacientara con nosotros, perdería su capacidad de mostrarnos misericordia cuando nos acercamos con corazones contritos. La paciencia de Dios es como la del Padre de la parábola del hijo pródigo que esperaba pacientemente todos los días a que su hijo volviera a casa.
En tiempos en que muchos se sienten inseguros debido a las drásticas divisiones en nuestra Iglesia y nuestra nación, Jesús nos llama a sobrellevar nuestros dolores con paciencia y a soportarnos los unos a los otros en amor. El Papa Francisco nos recuerda cuánta paciencia tiene Dios con nosotros, que “hacemos tantas cosas, pero Él es paciente”. Avanzando como Pueblo de Dios y como nación, debemos caminar con esperanza porque Dios es paciente con nosotros y nos invita a ser pacientes con los demás tanto para nuestra salvación como para la de ellos.