Noche de Silencio – el primer pesebre

Noche de Silencio – el primer pesebre

Hace algún tiempo visité la ciudad de Greccio en las Colinas de Sabina al norte de Roma, Italia, cerca de donde se ensambló el primer Pesebre tal como lo conocemos en nuestras iglesias y hogares. Un santuario cuesta arriba desde la hermosa ciudad enclaustra la cueva donde San Francisco de Asís recreó la escena familiar de Belén con un buey, un burro y un pesebre para la Noche Buena de 1224. Los habitantes de Greccio se reunieron fuera de la cueva para admirarla. Unos años más tarde San Buenaventura escribió sobre esta noche:

«Sucedió en el tercer año antes de su muerte, que para excitar a los habitantes de Greccio a conmemorar la natividad del Niño Jesús con gran devoción, decidió guardarlo con toda la solemnidad posible.  Luego preparó un pesebre, y trajo heno, un buey y un asno al lugar designado.  Los hermanos fueron convocados, la gente corrió, y esa venerable noche se hizo gloriosa por las muchas y brillantes luces, acompañadas con salmos de alabanza.  El hombre de Dios San Francisco estaba de pie ante el pesebre, lleno de devoción y piedad, bañado en lágrimas y radiante de alegría; el Santo Evangelio fue cantado por Francisco. Luego predicó a las personas que se habían reunido en torno a la natividad del pobre rey; y al no poder pronunciar su nombre por la ternura de su amor, lo llamó el bebé de Belén».

Permanecí como una hora en el santuario durante una fría mañana de octubre, pero no me encontré con una sola alma, ni con otro peregrino, ni con un fraile, ni con alguien en la tienda de regalos, a pesar de que todo estaba abierto y se estima que unos 100.000 peregrinos visitan el lugar cada año. El silencio me brindó una oportunidad particular al encontrarme en la misma cueva donde San Francisco construyó su pesebre. Experimenté el silencio que cayó sobre la tierra en el momento en que Dios misteriosamente se acercó desde Su morada para vivir entre Su pueblo. Compartí el asombro de los pastores y los animales mientras contemplaban al niño Jesús nacido en un pesebre. San Francisco quiso hacer presente el nacimiento de Cristo a los habitantes de Greccio para que este gran acontecimiento no permanezca lejano e intocable. Su creatividad fue adoptada por la Iglesia, y ahora, siglos después, creemos equivocadamente que los pesebres han sido parte de nuestra tradición desde el principio.

San Pablo expresa asombro al contemplar el nacimiento del Niño Dios en su Carta a los Filipenses, «más bien se despojó de sí mismo, tomando la forma de un esclavo, viniendo en semejanza humana; y encontrado humano en apariencia, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, incluso la muerte de cruz». En Belén, un abismo eterno se cerró en el encuentro de dos realidades intocables: la humanidad y la divinidad. Este misterio de la encarnación donde Dios se hace hombre es un acontecimiento trascendental al que ninguno de nosotros puede permanecer indiferente. Es el momento de la historia que predijeron los profetas. Es el momento cuando lo divino y lo natural se intersectan: Dios y el hombre se unen en Cristo.

San Pablo indica en su Carta a los Colosenses que Jesús es la «imagen del Dios invisible». En Jesús se revela un rostro que permaneció oculto durante generaciones, y podemos ver el rostro de Dios. A medida que la Navidad se acerca rápidamente y vemos imágenes y estatuas del niño Jesús, recordamos que Dios nos ha mostrado Su rostro. Podemos contemplar Sus ojos y Él los nuestros. El silencio transformador de la Noche Buena se manifiesta en el silencio de la hostia consagrada cada vez que se celebra la Eucaristía en nuestras iglesias, donde lo humano y lo divino se siguen intersectando. El abismo aparentemente infranqueable es conquistado para siempre en el mundo por Jesús, y de la misma manera en nuestros cuerpos y almas. Que el Niño Dios recién nacido sea acogido en el silencio de nuestros corazones; corazones que se preparan con el mismo amor con el cual María y José prepararon el pesebre para su hijo.

Foto es mia, cueva del pesebre de Greccio.


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