¡Hoy estamos de fiesta!
Hoy, dejamos de lado todo lo que nos angustia, todo lo que nos preocupa, y le dedicamos toda nuestra atención a nuestra Madre María. Venimos esta noche confiando que ella siempre nos acompaña porque somos sus hijos.
Venimos esta noche con recuerdos de celebraciones de la infancia, con recuerdos del pueblo o la ciudad de donde uno es, recordando no solo la fiesta, pero a la familia, a los vecinos, a los amigos que nos acompañaron en esos momentos.
Uno trae en mente los diversos lugares que uno dejó atrás para venir al norte. La Virgencita siempre ha estado presente, no solo el 12 de diciembre, pero todos los días, en la iglesia, en casa, en el parque, en la medalla que uno lleva, en la ermita cercana. Siempre presente para hacernos recordar que ella nos acompaña y acoge como buena madre que es.
Un gran santo polaco, San Maximiliano Kolbe, dijo que nunca debemos temer amar demasiado a la Virgen María, porque nunca la podremos amar más de lo que Jesús la ama. Jesús nos ha dejado a su propia madre como madre nuestra, para que sea no solo un ejemplo de vida cristiana, pero para que abogue ante Dios por cada uno de nosotros.
Durante los días en torno al 12 de diciembre, se estima que cinco millones de peregrinos visitan el santuario de la Virgen de Guadalupe al norte de la Ciudad de México, “La Villa”, donde la Virgen María se apareció a San Juan Diego cuatro veces en diciembre de 1531. Sumando los quince millones de personas que visitan durante el año, el santuario es el sitio católico más visitado del mundo. Nuestra Madre cumple aún la promesa que le hizo a San Juan Diego, haciendo del Cerro del Tepeyac un lugar donde ella brinda todo su amor, compasión, ayuda y protección a los habitantes del mundo.
Acuden tantos a ella, y nosotros aquí, confiando sus palabras a Juan Diego cuando le dijo:
“Escúchame y entiende bien, hijo mío el más pequeño, que nada debe asustarte ni afligirte. No se turbe tu corazón. ¿No estoy aquí Yo, que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi protección? ¿No soy Yo tu salud? ¿No estás felizmente en mi redil? ¿Qué más deseas? No te aflijas ni te turbes por nada”.
La Virgencita permanece cercana porque quiere que conozcamos el amor y la cercanía de Jesús. “Vengan a mí los cansados y agobiados, y yo los aliviaré,” nos dice Jesús. Esta noche, le pedimos a ella que nos llene nuestros corazones con la presencia de Dios, para que podamos sentirlo cercano.
Cada ser humano nace con un vacío en el alma, un vacío que intentamos llenar con todo tipo de realidades, muchas veces con el pecado, pero nada nos llega a satisfacer. Caemos en adiciones, malas costumbres o vicios. O simplemente en los pecados capitales, los pecados más comunes que cometemos: la soberbia, la avaricia, la lujuria, la envidia, la gula, la ira y la pereza.
Es como que en el corazón nos falta una sola pieza de un rompecabezas, e intentamos meterle todo tipo de piezas, pero nada encaja bien. Nos engañamos nosotros mismos, pensando que encontramos la felicidad plena, pero no.
La única realidad, la única persona que puede llenar ese vacío, quien tiene la pieza que falta del rompecabezas, es solo Dios.
Que fácil es poner otras cosas delante de Dios, cosas que nos prometen mucho, pero solo Dios es el que nos brinda la felicidad que perdura. Solo él puede saciar los deseos más profundos de nuestros corazones.
Eso bonito que sentimos esta noche, esa alegría y entusiasmo, esa paz y armonía, es que Dios está llenando nuestro vacío, está colocando la pieza de rompecabezas que falta en nuestro corazón.
Lo que Dios más quiere es que encontremos una paz, una armonía en nuestras vidas. Cuanto más lo buscamos, cuanto más nos acercamos aquí a la iglesia, más orden encontraremos, más consuelo recibiremos.
¡Cuántas realidades nos cansan y agobian! Cada uno de nosotros cargamos preocupaciones, cruces, muchas las cuales no buscamos. Que hoy María Santísima cumpla su promesa de darnos el consuelo que necesitamos. Que nos sintamos hijos queridos y amados de Dios.
El primer viaje apostólico del Papa San Juan Pablo II lo llevó al Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe en 1979. Volvería muchas veces durante su pontificado como un hijo peregrino implorando las oraciones y la asistencia de la Virgen María. Durante una visita en 1999, confió el futuro del continente americano a la Santísima Madre implorando que mire “la angustia de cuantos padecen hambre, soledad, marginación o ignorancia,” y que nos permia reconocer en ellos a sus hijos predilectos. Oró para que actuemos “según las exigencias de la justicia y el respeto de los derechos humanos, para que así se consolide definitivamente la paz.”
Que esta sea nuestra oración hoy. Que Nuestra Señora de Guadalupe, madre de todos, sea una fuente de esperanza y sustento, recordándonos que independientemente de nuestro origen, todos somos miembros de una misma familia, hijos del mismo Padre.
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