El mensaje de Tepeyac nos recuerda hoy del abrazo materno de una Madre mestiza, la Virgen morena, Nuestra Señora de Guadalupe: la Madre de las Americas quien se manifiesta en forma milagrosa para relevar a su Hijo a un continente lleno de angustias y fracasos—pero también de alegría y gozo.
Celebrar hoy la aparición en esa mañana tan hermosa es también reconocer que las Américas todavía sufren de una falta de reconocer y entender al mensaje Guadalupano comunicado en lo mas obvio: la cara y las manos de María. El cuerpo Guadalupano es un signo externo de un valor interior en cada persona humana, con atención particular al contexto histórico de las Américas, al colonialismo y la modernidad.
En los Estados Unidos, este día no debe ser extraño o ajeno. Las tierras del sur Estadounidense tienen sus raíces geopolíticas en la conquista Español, y sus estados fronterizos, de Tejas a California, siguen llenos de Mexicanos, con costumbres y una cultura Católica. Sus nombres—San Antonio, Santa Fe, Los Ángeles y San Diego—nos recuerdan y santifican.
Hoy no es un día emigrante, un día légano de un “otro” Latinoamericano, de cara y mano oscuro. Hoy es un día Americano en los dos sentidos: continental y, también, Estadounidense. En un futuro ya llegado, las gente hispana será una parte esencial en un país y una Iglesia local para quienes el mensaje de Guadalupe se tendrá que reconocer, entender y poner en practica con el gozo del evangelio y la belleza folclórica y cultural Latinamericana.
Nuestro santo padre, Francisco, el primer papa Latinoamericano, dirigió estas palabras ayer a las Américas, en víspera de la fiesta que hoy celebramos:
Este abrazo de María señaló el camino que siempre ha caracterizado a América: ser una tierra donde pueden convivir pueblos diferentes, una tierra capaz de respetar la vida humana en todas sus fases, desde el seno materno hasta la vejez, capaz de acoger a los emigrantes, así como a los pueblos y a los pobres y marginados de todas las épocas.