Trump, Jesús, y la decepción de un papá

Trump, Jesús, y la decepción de un papá 2016-04-16T21:42:33-06:00

El fin de semana pasado me encontré con un señor mayor mexicoamericano, padre de un amigo, durante una fiesta aquí en San Antonio. Este señor y su familia son hijos orgullosos de San Antonio. Cuando el señor se enteró que soy teólogo, nos pusimos a platicar, para sorpresa mía, sobre el proceso electoral primario que vivimos en Estados Unidos. Cuando le pregunté que opinaba, me comentó que no entiende. No entiende cómo una parte tan importante de la población puede votar a favor de un hombre como Donald Trump para ser candidato presidencial. Su tono de voz y su mirada reflejaban no tanto indignación sino decepción. Y de la nada, resumió de una manera muy sencilla y, por eso, poderosa, su decepción: ¿cómo es posible que tanta gente en nuestra nación pueda preferir el camino ancho sobre el angosto? (en referencia a Mateo 7: 13-14).

He evitado escribir sobre la candidatura del señor Trump porque no encontraba las palabras para hacerlo. El papá de mi amigo me ayudó a encontrarlas y a entender el sentir que otros en San Antonio han expresado. Claro, por un lado está la indignación que los medios de comunicación mexicanos y las televisoras estadounidenses (ABC, CBS, NBC, Fox, Univisión) subrayan. Indignación ante un hombre que marca a la inmensa mayoría de inmigrantes mexicanos—y por ende sus descendientes en este país—como violadores.

Sin embargo, la indignación en sí es solo parte del sentir que noto. Lo que realmente lastima es la decepción ante conciudadanos que están dispuestos a elegir a alguien que nos desconoce, a los hispanos en general y a los mexicoamericanos en particular, como parte de este pueblo. Donald Trump y quienes lo apoyan, pareciera ser, nos desconocen como sus conciudadanos. ¿Cómo es posible que un pueblo que se entiende cristiano, noble, y bueno, esté realmente considerando votar por alguien que no actúa como tal ante sus conciudadanos, sus prójimos?.

Cruz Florida de San Antonio
Foto que tomé de una cruz florida en mosaico en San Antonio, ciudad repleta de arte público.

Como respuesta, pienso en las palabras del evangelio de San Mateo que citó el papá de mi amigo: “Entren por la puerta estrecha; porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella. ¡Qué estrecha es la puerta, qué angosto el camino que lleva a la vida, y son pocos los que lo encuentran!. Cuídense de los falsos profetas que se acercan disfrazados de ovejas y por dentro son lobos rapaces.” (Mateo 7: 13-15)

Encontramos estas palabras casi al final del sermón de la montaña, cuando Jesús nos enseñó que el seguirlo implica vivir las bienaventuranzas, por más duro que esto sea. Las encontramos después del Padre Nuestro, oración que nos enseñó Jesús para contar con la gracia necesaria para vivir las bienaventuranzas en la vida diaria. Estas palabras son duras porque aún así nos invitan, creo, a ser humildes y tener cuidado. No por ser discípulos de Jesús automáticamente sabremos llevar vidas acordes al camino angosto para entrar por la puerta de los bienaventurados. No por ser cristianos estadounidenses sabremos automáticamente distinguir profetas—o líderes—falsos de los verdaderos. Un líder busca el bien común de su pueblo sin sembrar el odio y el miedo contra algunos de sus miembros.

Ser discípulos de Jesús no implica un llamado exclusivamente privado, individual. Serlo implica vivir ese llamado, con todo corazón, alma, y mente—con todo nuestro ser—en nuestras familias y comunidades. Implica elegir líderes que buscan el bien común de tal manera que podamos intentar vivir las bienaventuranzas en nuestras vidas.

Las palabras que me compartió el papá de mi amigo están marcadas de decepción no solo porque quienes votan por el señor Trump parecen desconocernos como sus conciudadanos. Están llenas de decepción porque nosotros no logramos ver en ellos las acciones de condiscípulos de Jesús, de nuestros hermanos y hermanas en la fe.

Se que muchos líderes políticos y sociales están preocupados por las heridas y divisiones que habrán que ayudar a sanar después de estas elecciones. Pero creo que no hay que perder de vista que el trabajo que espera a nuestros líderes eclesiales, especialmente a nuestros obispos, de sanar esas heridas al interior de la Iglesia, será aún más importante. Tenemos que estar listos a prestarles ayuda.


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