Señor de los Milagros en Savannah

Señor de los Milagros en Savannah October 19, 2015

Este sábado pasado fue un día histórico en Savannah para la comunidad peruana.  Aproximadamente cincuenta personas se reunieron en el Centro Pastoral Católico para celebrar la fiesta del Señor de los Milagros.  Gracias a los esfuerzos de tantas personas dedicadas que organizaron el coro, la comida y todos los detalles de la Misa, lo pasamos muy bonito.

 

Para mí fue una gran emoción poder celebrar esta Misa en el mismo Savannah con tantos peruanos.  Sé que el próximo año vendrán aún más personas para seguir uniéndonos en nuestra fe en Cristo y para celebrar nuestras ricas tradiciones.
Video: La Marinera Norteña

 

Aquí mi homilía de la Misa.
De niño cada domingo íbamos a misa a una capilla cerca de mi casa. De vez en cuando íbamos a la parroquia de Lurín, pero más cerca nos quedaba la capilla de Santa Rosa.  Recuerdo muy bien los perros que se metían a la Misa y se sentaban junto a sus dueños (y los dueños se hacían los locos), recuerdo el olor de los tamales, chicharrón y camote frito que comprábamos cada domingo de regreso a la casa para desayunar, recuerdo a los sacerdotes españoles que celebraban la Misa más rápido que volando.

De tanto que recuerdo, mas recuerdo la imagen pintada detrás del altar de la capilla.  Una pintura que desde niño ha plasmado en mi mente mi imagen de Dios.  Una imagen de Dios Padre con barba blanca y vestido de rojo.  Una imagen simple y emotiva de Jesús crucificado con María su Madre y San Juan llorando a su lado.  Todo peruano, pienso yo, tenemos la imagen del Señor de los Milagros plasmada en nuestro pensar, nuestra mente, y nuestro corazón.

Hoy es un día importante para la comunidad Peruana de Savannah.  Al reunirnos aquí con nuestras amistades, nos estamos uniendo, en una manera pequeña, al gran fervor religioso que se siente en Perú durante el mes de octubre.  Recordamos la gente vestida con los hábitos morados y cinturones blancos, recordamos las procesiones con zaumadoras, y por supuesto, como quisiéramos comer turrón de Doña Pepa.

Esta imagen del Señor de los Milagros, imagen que tanto nos marca como peruanos en nuestra relación con Jesús, es una imagen pintada en 1651 sobre una pared rústica de adobe por un esclavo traído de África, mas especifico, de Angola.  Cuatro años después, un terremoto destruyó gran parte de la ciudad, pero la pared de adobe con El Señor de los Milagros no se derrumbó.

Pronto se reportaron milagros en ese lugar, así que se edificó una pequeña capilla.  En 1671 se celebró una Misa en la capilla en presencia del Virrey Pedro Antonio Fernández de Castro.  Un terremoto y maremoto arrasaron  Lima dieciséis años después, destruyendo la capilla, pero una vez mas la pared de adobe no se dañó.  Se construyó una iglesia incorporando la pared para que así El Señor de los Milagros quedara detrás del altar mayor.  Desde 1771 el cuidado de la imagen religiosa mas reconocida de Lima está encargado a las Madres Nazarenas.

Hoy nos unimos a los muchos fieles por todo el Perú y el mundo, a rendir honores a Nuestro Cristo Morado que acompaña a todo peruano desde su niñez, fielmente y orgullosamente llevando su imagen en el pecho.

Las lecturas de la Misa de hoy nos llevan a contemplar más profundamente la realidad que nos manifiesta el Señor de los Milagros: Cristo crucificado.

¿Con que dolores, sufrimientos, dudas y esperanzas aplastadas habrá pintado el esclavo angoleño esta famosa representación de Cristo crucificado?  ¿Qué habría tenido en su corazón? ¿De qué manera se habrá identificado el pobre esclavo con el dolor de Jesús?

Que consuelo y fuerza habrá recibido el esclavo al pintar a su Dios sufriendo como sufría él.  Pintando la cruz, este hombre se identificó con el dolor del mismo Jesús; recordando que no sufría solo, pero que Dios sufría con él.

Las lecturas de hoy nos hablan del sufrimiento de Jesús.  El sufrimiento es un gran misterio, a nadie nos gusta sufrir, pero bien sabemos que es inevitable en nuestras vidas.  Hoy recordamos que el dolor y el sacrificio, nunca es en vano, ya que el sufrimiento de Jesús nos ha traído la salvación.

El profeta Isaías, escribiendo unos 700 años antes de Cristo, describe a un siervo que sufre tremendamente.  Este siervo fiel entrega su vida como expiación de los pecados y culpas de los hombres para que todos sean justificados, para que todos reciban el perdón de Dios, así restaurando la relación entre Dios y los hombres.

¿Quién es este siervo del profeta Isaías?  Los judíos dicen que es el pueblo de Israel personificado – la nación entera de Israel la cual ha sufrido terriblemente a lo largo de la historia.

Desde inicios de la iglesia, los cristianos hemos encontrado en las palabras del profeta Isaías una profecía del Mesías, de Jesús mismo.  Jesús es el siervo fiel de Isaías, quien toma sobre si todos los pecados y culpas del mundo para restaurar nuestra relación con Dios.  Isaías profetizó el sufrimiento de Jesús, un sufrimiento que no fue en vano, pero que nos ha redimido.

En su carta a los hebreos, San Pablo nos recuerda que Jesús no es un sumo sacerdote que no sea capaz de compadecerse de nuestros sufrimientos, puesto que el mismo ha pasado por las mismas pruebas que nosotros, excepto el pecado.

Dios ha venido entre nosotros, se ha hecho hombre y ha sufrido como nosotros sufrimos – Nuestro Dios sabe bien lo que es sufrir como sufrimos nosotros.

Jesús no vino a hacer desaparecer el sufrimiento, pero más bien lo aceptó al aceptar nuestra condición humana.  Él sabe lo que es sufrir por experiencia propia.  Es por esto que podemos ir a Él en nuestras pruebas y dolencias, en nuestra confusión, nuestra enfermedad, nuestros problemas y en nuestra aflicción.

Jesús no es un hada madrina que hace desaparecer el sufrimiento de nuestras vidas, pero si nos fortalece y consuela para mantenernos fieles durante momentos de prueba.

Muchos equivocadamente le echan la culpa a Dios por el mal y sufrimiento que ocurre en sus vidas.  Dios es infinitamente bueno, él no nos puede desear el mal.  Más bien, el mal existe por la presencia del pecado, la obra de Satanás, y Dios entra en nuestras vidas para restaurarnos y consolarnos; para que tengamos la fuerza necesaria para luchar contra el mal y el pecado.  Jesús se apiada de nosotros y nos ofrece la fuerza que necesitamos y el consuelo que buscamos.

Jesús les enseña a sus apóstoles en el pasaje del evangelio que la vida cristiana no es para hacer desaparecer el sufrimiento.  Más bien, el discípulo de Cristo lo acepta y carga su cruz como lo hizo Cristo mismo.

Creer que Dios nos evitará el dolor es equivocado.

Creer que Dios estará junto a nosotros dándonos la fuerza necesaria para perseverar en nuestra fe y seguir adelante en nuestra vida con ánimo y alegría a pesar de las dificultes, esto si es correcto.

El fiel cristiano carga sus cruces confiando que no las carga solo, pero que Jesús lo ayuda.
Jesús es capaz de compadecerse de nuestros sufrimientos, nuestras dudas e incertidumbres.  De nuestros dolores más profundos, heridas y maltratos.  El nos acompaña en las traiciones que hemos vivido y las preocupaciones que nos agobian.

¡Qué Dios tan grande que tenemos!  Un Dios milagroso que convierte nuestras cruces en esperanzas de la misma manera que convierte pan y vino en su cuerpo y su sangre.

De la misma manera que Jesucristo, El Señor de los Milagros, consoló a un esclavo limeño hace 350 años, nos consuele a nosotros hoy con su presencia esta noche y nos ayude a encontrarlo para vivir nuestras vidas sabiendo que Él nos acompaña, especialmente en nuestras penas y dolencias.

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